Es de humanos cometer errores, y los científicos e ingenieros no son inmunes a ello: han diseñado barcos de hielo, domos ecológicos totalmente aislados que no lo eran tanto, han afirmado que el ADN era una molécula inútil o se han confundido durante años estudiando el cerebro de ciertos animales.
Las meteduras de pata, cagadas, fiascos o errores son comunes al ser humano y por eso no están ausentes del mundo de la ciencia. Por supuesto hay errores que son producto de la ignorancia científica de la época, como cuando el astrónomo William Pickering dijo que los vuelos transatlánticos eran “completamente fantásticos, e incluso si pudieran hacerlos una o dos personas, los costes serían prohibitivos excepto para capitalistas que pudieran tener su propio yate”. Y remató la faena diciendo que como la resistencia del aire crece con el cuadrado de la velocidad “los vuelos nunca tendrían una velocidad comparable a la de nuestras locomotoras”. ¿Y qué decir del famoso físico austríaco Ernst Mach cuando dijo “concedo tan poca credibilidad a la teoría de la relatividad como a la existencia de los átomos”?
La mayor cagada de la historia
Para entregar el premio a la cagada más friki debemos remontarnos al 2 de septiembre de 1991, cuando ocho personas entraban para no salir en dos años en un grandioso recinto de aspecto extraterrestre construido a unos 50 km al norte de Tucson, en la desértica Arizona. Bienvenidos a Biosfera 2, una construcción de acero y cristal donde había un bosque tropical, un océano, un desierto, un pantano y una pradera. Según uno de los directores del proyecto, Mark Nelson, era un experimento ecológico único, un laboratorio viviente, “el ciclotrón de las ciencias biológicas” en clara alusión a los costosos aceleradores de la física de partículas. El director científico, Tony Burgess, llamó a Biosfera 2 “la catedral de Chartres de la hipótesis Gaia”, como peculiar homenaje a la arriesgada propuesta de la microbióloga Lynn Margulis y el ecólogo James Lovelock, que considera el conjunto de nuestro planeta como un organismo vivo. Incluso se acuñó un nombre para la ciencia que emergiera de este macroexperimento: Biosférica. Por supuesto, la parte de ciencia ficción no estaba ausente: pretendían descubrir si el ser humano era capaz de sobrevivir en un ambiente automantenido, con el ojo puesto en desarrollar la tecnología necesaria para colonizar otros planetas.
La clave de todo el experimento era el aislamiento absoluto del exterior. La expectación era impresionante y todos los medios de comunicación alabaron un proyecto. El resultado fue un desastre de 150 millones de dólares porque ignoraron o malinterpretaron los datos disponibles de ecología y biología.
Dos meses después de comenzar el “experimento ecológico” el periodista Marc Cooper denunció que el famoso aislamiento era mentira: se había instalado un extractor de dióxido de carbono poco antes del sellado. A lo que continuó el bombeo de 17 millones de metros cúbicos de aire para compensar una caída de presión. A los 16 meses del sellado hubo que inyectar una atmósfera enriquecida al 26% de oxígeno porque el porcentaje de oxígeno en el interior había caído al 14%.
El 26 de septiembre de 1993 los bionautas salieron de su falso aislamiento. El desastre era completo. Entre el 15 y el 30% de la especies introducidas habían desaparecido y otras se había salido de madre. Las abejas habían muerto, los ratones se comían las patatas y las judías, la hierbas y los arbustos invadían el desierto, los cerdos vietnamitas corrían frenéticos en la vegetación y eran comidos por los bionautas. Los coloridos peces balistidae se habían comido a la mayoría de sus compañeros de arrecife y las cucarachas lo habían invadido todo.
Hoy Biosfera 2 no es más que un monumento a la estupidez humana que fue adquirido en 2011 por la Universidad de Arizona para desarrollar experimentos ecológicos y campamentos de ciencia para estudiantes.
Fuente: Muy Interesante