Un equipo del Observatorio Astronómico Nacional de Japón ha encontrado pruebas de que nuestro sistema solar pudo salvarse de la destrucción, durante su formación, tras la explosión de una supernova cercana.
Las supernovas son explosiones estelares que ocurren en las últimas etapas de una estrella masiva o cuando una enana blanca colisiona con otra en un sistema solar binario.
Las del primer tipo, las gravitacionales, se dan cuando se quedan sin combustible, se enfría y su presión interna cae, dando lugar a un colapso violento y a uno de los estallidos más colosales que se pueden presenciar en el universo. Por tanto, cualquier objeto astronómico que se encuentre en su radio de explosión puede quedar completamente destruido.
Ante este terrorífico escenario parece ser que se enfrentó nuestro primitivo sistema solar hace millones de años cuando nuestra estrella y la Tierra estaban en etapas de formación. Así lo han asegurado un grupo de científicos del Observatorio Astronómico Nacional de Japón, dirigido por la astrofísica Doris Arzoumanian.
En su investigación, publicada por The Astrophysical Journal Letters, han concluido por qué no le pasó nada a nuestro joven sistema solar ante esta explosión de rayos X o rayos gamma mega energéticos, entre otros.
En su estudio, analizaron isótopos encontrados en meteoritos antiguos, hallando posibles evidencias de una violenta muerte de una estrella masiva. Estos isótopos estaban derivados de la desintegración de radionucleidos de vida corta (SLR), residuos que pueden estar provocados por supernovas ya que son una fuente de SLR.
La destrucción que habría dejado a su paso esta supernova fue atenuada por un escudo de gases moleculares, o sea, protegido por el filamento con el que se formó el Sol. Los filamentos solares son grandes regiones de plasma frío y denso que están sobre la superficie solar.